domingo, 1 de octubre de 2017

El simio corredor


Cuando nos paramos un momento a examinar la historia del ser humano resulta inevitable pensar que, si hemos sobrevivido hasta ahora, ha sido de pura chiripa...


No somos una especie especialmente ágil ni fuerte. No tenemos afilados colmillos ni garras para cazar o defendernos y, por no tener, ni tan siquiera tenemos un cuerpo cubierto de pelo que nos proteja del sol. Algunos ni siquiera tienen pelo en la cabeza.
En general, como especie, damos bastante lástima...

¡Pues no! Resulta que eso no es exactamente así.
La típica imagen de una serie de simiescas figuras provistas de afilados palos, que se entretenían recogiendo bayas, frutas e insectos y corrían a apropiarse de los despojos de cualquier bicho muerto que encontraran en la sabana, no era totalmente correcta...

La realidad es que, de haber sido un herbívoro cualquiera de aquella época y, al levantar la mirada al horizonte, hubieras visto aparecer una manada de leones hambrientos, hubieras sabido que disponías de una pequeña oportunidad para escapar del peligro. Si lo que aparece en el horizonte, en cambio, es un grupo de humanos... date por muerto.



Me explicaré:
Cualquiera que se haya interesado o haya estudiado algo mínimamente relacionado con la antropología, ha coincidido sin duda con alguna obra de Marvin Harris.
Hace ya algunos (bastantes) años recuerdo haber leído, en uno de sus libros, una teoría de un tal Fialkowski, de la que se hacía eco, y en la que relacionaba el aumento del volumen del cerebro humano con la mejora de su capacidad de cazar. La teoría me pareció desde luego interesante pero, por aquellos años, yo aún no corría (ni pensaba) por lo que se quedó aparcada en algún rincón de mi memoria.

Sin embargo, hace poco tiempo, volví a encontrarme de nuevo con esta teoría en el éxito editorial “Nacidos para correr” de Christopher McDougall (Y si... he tenido que buscar como se escribe). Cuando leí de nuevo acerca de este asunto, la antropología seguía sin interesarme demasiado pero ya me había convertido en el mediocre corredor que sigo siendo, por lo que presté más atención...

Al parecer, y según esta teoría, el incremento del volumen del cerebro de nuestros antepasados servía únicamente para poder resistir mejor el calor, lo que los convirtió en temibles cazadores y en excelentes corredores. De hecho, se convirtieron en el único animal corredor de larga distancia del planeta.

En las propias palabras de Harris: “Un principio básico de la teoría de la información sostiene que en un sistema con elementos propensos a la avería (como el cerebro humano), la fiabilidad del sistema puede elevarse incrementando el número de elementos que desarrollan la misma función y aumentando el número de conexiones entre ellos.” Así pues, el incremento del cerebro del Homo habilis y del Homo ergaster les permitió disponer de un número de células y conexiones extra, que lo hacía mucho más resistente al estrés producido por el calor.

Curiosamente, una consecuencia colateral inesperada de este aumento del volumen cerebral, acabó siendo el incremento de nuestra inteligencia.

De este modo, gracias a su resistente cerebro, nuestros antepasados podían permitirse el lujo de salir a perseguir una presa bajo el sol del mediodía sin temor a sufrir mareos por calor, desorientación o desmayos, mientras que todos los demás animales se encontrarían fatigados y buscando una sombra que los cobijara del extremo calor tropical.



Este tipo de caza (denominada caza por persistencia), consistía en perseguir implacablemente una presa, bajo el abrasador sol del mediodía, hasta que simplemente reventaba debido al calor.
Pero ¿cuánto tiempo se precisaba para que eso ocurriera? Pues según algunas fuentes, equivaldría a lo que hoy en día supone correr una distancia entre una media maratón y una maratón.

Por algo nos gusta correr...

Existen además un gran número de características de la anatomía humana que respaldan la teoría de una evolución basada en la adaptación al calor y a la actividad de correr. Entre otras se podrían citar:
- Mayor número de glándulas sudoríparas que cualquier otro animal.
- Ausencia de pelaje, que podría menoscabar la eficacia evaporadora de las glándulas sudoríparas.
- Posición vertical al correr, que permite exponer un 60% menos de superficie corporal a los rayos del sol.
- Esa misma posición vertical nos permite variar el ritmo de la respiración (y por tanto obtener oxígeno extra) sin necesidad de variar el ritmo de zancada.
- Elementos característicos de animales corredores que, sin embargo, no se encuentran en el resto de simios como el tendón de Aquiles, músculo del glúteo más desarrollado, ligamento nucal para estabilizar la cabeza...


Así pues, para acabar, qué mejor reflexión que la siguiente cita del libro de Mcdougall: “[…] habría que preguntarse por qué solo una especie en el mundo tiene el impulso de agruparse por decenas de millares para correr veintiséis millas bajo el sol nada más que por diversión.”

2 comentarios:

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